Hablar de cultura implica hablar de identidad, e
identidad implica dos dimensiones distintas pero a la misma vez opuestas. Hoy
la palabra identidad implica hablar de redes, y de flujos, de migraciones y
movilidades, de instantaneidad y desanclaje.
El nuevo imaginario relaciona la identidad mucho menos con mismidades y esencias y mucho más con trayectorias y relatos. Para que la pluralidad de las culturas del mundo sea políticamente tenida en cuenta es indispensable que la diversidad de identidades pueda ser contada, narrada.
En este ámbito lo
que la globalización pone en juego no es sólo una mayor circulación de
productos sino una rearticulación profunda de las relaciones entre culturas y
entre países, mediante una des-centralización que concentra el poder económico
y una desterritorialización que hibrida las culturas
En lo que se
refiere las culturas tradicionales estamos ante una profunda reconfiguración de
esas culturas, que responde no sólo a la evolución de los dispositivos de
dominación sino también a la intensificación de su comunicación e interacción
con las otras culturas de cada país y del mundo.
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